Vivir aún después morir
Han pasado mas de seis años desde la ultima vez que le vi. Recuerdo su mirada distante, como si de momento se encontrara en otro lugar.
Mi abuelo ha sido la persona que más a influenciado mi vida. Aún sin darse cuenta, aprendí tanto de él.
Tal vez sea algo que tengo en común con mi madre, de niña ella prefería pasar más tiempo con el abuelo que con la abuela.
Me encantaba escuchar las historias de vida de mi abuelo. Y para un hombre con 104 años de edad, créanme hay mucho para contar.
Cuando mi abuelo pasó de los ochenta años, hubo una época en donde se enfermó y pasó unas cuantas semanas en el hospital. Yo, que ya me encontraba viviendo en la capital de Panamá, viaje hasta Chiriquí, para estar cerca de él y darle ánimos. Me causaba tanta impresión verlo postrado a una cama que recuerdo haberle pedido a Dios en oración que por favor no se lo llevara aún. Dale por lo menos unos cien años, pedí con tanta fé que de sólo pensar en ello hoy, me abruma.
Cuando mi abuelo cumplió los cien años toda la familia se reunió para celebrar. Era ensordecedor el bullicio de tantas personas reunidas en un mismo lugar. Sin embargo, que nuestro abuelo cumpliese un centenar de años era motivo suficiente para estar feliz, porque no todos llegan a tener tal dicha.
Pero en mi cabeza, un pensamiento constante me acechaba. ¡Y si ahora Dios quiere llevarse a mi abuelo! La sola idea de que en cualquier momento la persona que tanto admiraba ya no estuviese me era aterradora.
Desde que tengo memoria, siempre he soñado y al despertar puedo recordar claramente lo que soñé.
Por ese entonces empecé a tener sueños recurrentes con mi abuelo. En muchos de ellos la historia era siempre la misma. Estaba llegando a visitarles cuando de repente todo empezaba a temblar a mi alrededor, al punto de destruir todo. En un instante estaba frente a la casa de mis abuelos y tenía que escoger entre salvar sólo a uno. Mi abuela siempre me decía que ella estaría bien, que no tenía miedo a morir pero que me seguiría si me hacía sentir mejor.
Yo buscaba entonces al abuelo quien no podía ver y me decía que me salvara a mi misma y que lo dejara ir. ¡Ya estoy cansado, ya he vivido suficiente, a ti te falta mucho, vete y sálvate tú! Corre, corre y no te detengas. Y así lo hacía en el sueño. mientras corría y todo se derrumbaba a mi alrededor, veía como empezaba a llover y el agua del mar se desbordaba y cubría todo a su paso. Luego, me veía llegar a la cima de una colina. Todo a mi alrededor era agua. Me encontraba sola y llorando.
Solía despertar justo en ese momento, con lágrimas que corrían por mis mejillas tal como en el sueño.
Para mí era tan desesperante que para esa misma noche estaba en casa de mis abuelos, contando lo que había soñado y me alegraba de que fuese solo un sueño.
Mi abuelo, me decía entonces, pues algo de verdad tiene tu sueño. Es que ya estoy cansado de vivir.
No es lo mismo vivir de los recuerdos estando en la oscuridad. Lo decía, porque había perdido su visión por completo.
Yo trataba de entender y hacía un esfuerzo por no sentirme egoísta. Imagino que tienes razón, le decía. Pero que haré yo cuando ya no estés.
Seguirás viviendo, me contestaba. Tienes que dejarme ir, porque algún día mi Señor me llamará para estar con Él, y a Él, no se le dice que no.
Yo por otro lado sólo pensaba en que si Dios era tan bueno, pues, porqué no dejarlo un poco más.
Cuando llegó Diciembre de 2014 mi hombre de hierro volvió a enfermarse, esta vez ya no tenía tantas fuerzas como antes.
El 7 de Diciembre, recibí una llamada de mi hermana, me informaba que el abuelo había sido llevado al hospital porque ya no podía comer, y que los médicos no daban muchas expectativas de vida.
Para esa noche, ya estaba con él.
¡Hola! dije al entrar en la fría habitación.
Su mirada se volvió hacia mí -¿Quien esta ahí?-
Me acerqué para darle un beso. - Tu nieta favorita, susurré.
Una sonrisa iluminó su rostro. - ¡Cin... Cinsia! mientras sus manos temblorosas buscaban acercarse a mi rostro, yo le ayudaba a encontrarse con mi mejilla.
Hola abuelo, me dicen que no has estado muy bien. Aquí estoy. Te quiero un mundo, lo sabes, le susurraba al oído, mientras lo abrazaba.
Su rostro se veía demacrado en comparación a como le había visto en mi anterior visita.
Y es que el tiempo y las enfermedades no perdonan.
Pasé toda la noche a su lado, a la mañana siguiente una de mis tías vino para que yo pudiese ir a casa a cambiarme y comer algo. La angustia no dejaba que probara bocado, pero el baño me vino bien.
Tenía que estar de vuelta en la oficina para el 10 de Diciembre, así que aproveche cada momento que pude para estar con él.
Lo que tanto temía ya parecía estar muy cerca. Era hora de despedirse y finalmente pude decir las palabras que mucho tiempo había postergado.
Abuelo, ya estoy lista. Si tienes que irte, estaré bien. Te quiero mucho y siempre te voy a tener conmigo en mi corazón. A donde sea que te llame nuestro Creador, puedes irte. Ya no te retendré más. Gracias por todo. Eres y siempre serás mi abuelo querido. Te llevaré en mis pensamientos por siempre.
Le costaba mucho hablar, así que había que adivinar qué quería decir cada vez que intentaba hablar, pero esta vez, no hicieron falta palabras, Las lágrimas que de ambos corrieron, y en nuestras mejillas se juntaron, fueron de aceptación. Yo le dejaba ir, y él sabía que yo estaría bien.
Las ocho horas de viaje hasta mi casa esa noche, han sido el viaje más extraño de mi vida, porque entre risa y llanto trataba de recordar cada momento compartido con mi abuelo. Era como estar grabando cada detalle para asegurarme de no olvidar nada.
Aún hoy, cada cierto tiempo me encuentro sumergida en mis pensamientos, y repaso mentalmente todo lo que junto a mis abuelos he vivido.
A mediados de Diciembre le dieron de alta, desahuciado, le enviaron a pasar el tiempo que le quedaba en casa, rodeado de sus seres queridos.
Cuando regresó a la casa, sus hijas y nietos se turnaron para pasar tiempo con él.
El 21 de Diciembre en la madrugada el mismo sueño, pero esta vez ambos nos despedimos, el se veía sereno, lleno de vida y sonriente. Yo, a diferencia de otras veces no desperté llorando.
Esa noche mientras le hacía el comentario a una de mis tías, le dije creo que ya no pasará mucho tiempo antes de que se vaya, pero sólo espero que no sea hoy. El nació un 21 y no quiero que el día de su muerte sea 21 igual. En mis pensamientos me sentía hablar con él, aguanta un poco más abuelo. Dios, si me has de conceder otra petición, no te lo lleves hoy.
El lunes 22 de Diciembre de 2014, mientras me preparaba para una reunión con mi equipo de trabajo recibí la llamada de mi hermana. - Cinthia... y todo lo que escuche después fue su llanto. Entendí, el motivo de la llamada y le pregunté, ¿Se ha ido? - El abuelo ha muerto. fue su respuesta.
En ese momento mi mundo se desplomó. Pensé que estaría mejor preparada para dicha noticia, pero, no fue así.
Sentí como si mi corazón de repente había dejado de latir. Las lágrimas salían descontroladas. Y mi voz simplemente desapareció. No lograba formar las palabras. Era como si un abismo se había abierto frente a mí, como si lentamente me atrapara y no había forma de salir. Luego la imagen del sueño de la noche anterior aparecieron, ahí sereno, sonriente, y listo se despedía.
Cuando finalmente recobré el control de mi misma, le informé a mi superior lo que ocurría y me despedí para retomar el camino de vuelta donde me esperaba el resto de mi familia.
Una vez más ocho largas horas en donde el centro de mis pensamientos era mi abuelo.
A la mañana siguiente, me dirigí a la morgue para reclamar el cuerpo. Llevaba conmigo la ropa con la cual le recordaríamos por ultima vez.
Al entrar al frío lugar, lo primero que noté fue la forma en como lo habían peinado. ¿Qué has hecho?
¡Mi abuelo jamás se peino de esa forma! Me acerqué para acomodar su cabello de la forma como siempre lo llevaba él. -Así estas mejor, le dije al cuerpo que yacía sin vida frente a mí.
Me ocupé de todo cuanto pude, para mantenerme ocupada y esperar a que mi tía y prima, quienes estaban fuera del país; llegaran para despedir al abuelo.
Llevamos su cuerpo a la iglesia donde celebramos una reunión en su memoria.
Despedirme del abuelo frente a familiares, amigos y conocidos no se me hizo fácil, pues sentía un nudo en la garganta. Esta era la despedida final.
Aún ahora que escribo, siento el mismo nudo. Sé que si el abuelo estuviese aquí, me diría que no hay porqué preocuparse. Que su vida fue larga, bendecida y sobre todo que fue feliz con todos nosotros a su alrededor.
Me diría que no tenga miedo de vivir, que me atreva a todo lo que no haga daño. Que sea genuina. Que los arrepentimientos son por las cosas que no hiciste pero quisiste, más que por las experiencias vividas y compartidas. Que la aprobación que requieres es la propia y la de nadie más.
Hoy, a la distancia brindo a tu memoria, porque siempre vivas en mi corazón.
Dedicado a Felipe Garcia Caballero
Septiembre 21, 1910 - Diciembre 22, 2014.
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