Mi travesía al final de la carretera Interamericana Yaviza, Darién

Hace más de un año ya de mi aventura al final de la carretera interamericana, en Darién. La idea era realizar toda la travesía, sin hacer uso de dinero.


Os parecerá un poco loco, pero así fue. Antes de iniciar dicho recorrido, busqué los comentarios y recomendaciones de quienes habían hecho dicha travesía. Lastimosamente, lo que encontré en internet apuntaban más a que no lo hiciera, o por lo menos no de la forma en que quería. 

Ir a Darién es peligroso decían todos. Aparte del tema de narcotráfico en el área, también se hacía mención de los muchos riesgos al entrar en la selva de Darién, animales salvajes, insectos venenosos, ambiente inhóspito y un sin fin de otras razones que te hacen dudar si es bueno aventurarse o no.

Sin embargo, esas personas que brindaban dichos consejos, recalcando que si no estabas listo para un reto de supervivencia era mejor quedarse en casa y para quienes decidieran realizar la travesía, sería la mejor experiencia de sus vidas.

Todos hacían mención de los costos asociados a dicho viaje, y recomendaban llevar siempre efectivo, lo cual no sería mi caso, pues mi reto era algo diferente.
 
Siempre hay lugar para una primera vez en todo, así que decidida me dediqué a mantener mis pensamientos positivos y confiar que cuando se quiere, se puede.

Esta aventura la hice con un viajero de Rusia, quien se dio a la tarea de enseñarme a hacer recorridos de "a dedo" o "aventón" como es más conocido.


El martes por la noche empacamos las maletas y nos preparamos para cinco días de viaje, tratando de ir lo más liviano posible, porque cuando caminas largas distancias, una libra de más te pesará todo el trayecto.

El miércoles temprano, luego de un súper desayuno; cada uno con su mochila en la espalda, emprendimos el recorrido. 

Nuestro primer anfitrión fue el señor José, oriundo de Ocú. Quien muy amablemente nos llevó desde La Chorrera hasta la Vía Ricardo J. Alfaro.
Don José decía que sería mucho más fácil tomar un autobús desde allí para Darién, lo que pareció no entender es que nuestro propósito no incluía pagar por dicho trayecto, sin embargo nos deseó buena fortuna y nos llamó valientes por la idea que teníamos en mente.

Durante el camino, Don José, nos compartió su sentir en cuanto a la política actual, y como ninguno de los candidatos políticos llenaba sus expectativas. Es más de lo mismo decía, promesas que terminan en sacos rotos, el bolsillo de unos cuantos más llenos que cuando iniciaron su carrera política y el resto de la gente cansada de lo mismo pero sin la valentía de enfrentar la corrupción. Cada día se suele aceptar lo que no esta bien como algo normal. 

Otro de los comentarios de Don José fueron referente a la tala de árboles en las riveras del canal, dijo: "estamos destruyendo nuestro principal recurso, nuestro planeta. Si no cuidamos nuestros ríos, si seguimos talando y quemando estamos destruyendo la única casa que tenemos. y todo por unos cuantos pesos que de nada servirán cuando no tengamos en dónde vivir".

A medida que avanzábamos el entorno nos hacia cambiar de tema, siendo la apertura del nuevo mercado de abastos prácticamente el cierre de nuestra plática. Nuestros productores se merecen respeto y un buen lugar donde exponer sus productos. Definitivamente es mucho mejor comprar directo de quien produce que de un revendedor, el ahorro es evidente.

Nuestro aventón duró unos veinticinco minutos aproximadamente, y aunque mi acompañante ruso no fue de compartir muchas palabras, definitivamente fue un viaje muy ameno. Espero que donde sea que se encuentre nuestro amigo Don José, nunca le falte salud y sea bendecido siempre por su buen corazón.

Extraños a los ojos de aquellos que esperaban por su respectivo transporte, por unos cuantos minutos nos hicimos compañía hasta que decidimos caminar hasta la siguiente parada, la razón, un supermercado para poder agregar los alimentos que comeríamos  durante los siguientes días de nuestro viaje.  Honestamente si hubiese sabido en ese momento que en realidad no usaría la mitrad de lo que compré no me hubiese molestado.

Una hora después estábamos camino a Chepo, este sería nuestro segundo aventón del día. Un tanto apretados por las maletas que tendríamos que llevar en las piernas por un largo rato pasado unos 30 minutos cada quien se hizo de dos asientos hasta pasada la primera garita en Chepo.

Por momentos recordé aquellos viajes con Ariel, me pregunté un par de veces cómo serían nuestras vidas si aún estuviésemos juntos. Al final me dije lo que importa es el hoy, indagar en el pasado con esperanza no es cosa buena y de ahí regresé a mi presente.

Llegamos hasta el final del recorrido donde nos toco bajar. Acomodamos las maletas a un lado de la calle y nos dedicamos a esperar. De pronto del lado contrario de la calle alguien gritaba mi nombre. Era el hijo de una prima que estaba acompañando a alguien más en un auto y al reconocer mi cara decidió saludar. 

Un señor que se dirigía en busca de unos clientes al Puerto de Cartí nos dijo que podía darnos el aventón hasta la estación de servicio que está a la entrada. Ya que cualquier distancia era de gran ayuda le agradecimos y subimos al auto. Nos dijo que tenía años trabajando como conductor y llevando a viajeros hasta dicho puerto a que disfrutaran de las belleza de las islas de San Blas. Como yo había visitado las islas anteriormente le dije que estaba de acuerdo con él. Es un lugar que todos debemos visitar por lo menos una vez en la vida le dije. Panamá tiene hermosos lugares y aunque no todos son asequibles, a veces es una inversión cultural o vacacional que cada panameño debería tener en su lista de cosas por hacer antes de morir. Aunque el aventón no fue tan largo en tiempo, la conversación fue amena.

Ya pasado el medio día y el estómago exigía alimento. Nos sentamos a una orilla de la calle cerca al estacionamiento de la gasolinera y preparamos unos emparedados de atún con mayonesa, lo cual pareció el manjar del día. Es que cuando estas con hambre cualquier cosa te sabe a gloria.

Pasada casi una hora de esperar por alguien que nos llevara a nuestro destino, un amable señor de apodo Tito nos recogió. Nos preguntó a dónde íbamos y le contamos nuestros planes. A don Tito le pareció muy interesante nuestra aventura y nos dijo que éramos valientes en hacer dicha travesía de a dedo. Nos dijo que no llegaba hasta nuestro destino pero que nos llevaría hasta una parada de autobús donde tal vez podríamos tener mejor suerte para esperar a nuestro siguiente buen samaritano.

También nos informó que a una hora aproximadamente de donde nos dejaba había una hermosa playa en donde algunas veces solía ir con su familia y que si desistíamos de llegar a Yaviza y optábamos por ir a la playa, podríamos encontrarle el siguiente día. Nos dijo que su casa estaba a unos cuantos metros de allí y la describió de forma que pudiésemos reconocerla si cambiábamos de parecer. Agradecidos nos despedimos de Don Tito, mientras el giraba en dirección contraria.

Mi compañero de viaje dijo que para pedir aventón es mejor estar lejos de las paradas de autobuses, así que haciendo caso de su experiencia caminamos un rato, luego nos recogió un fanático de la política. Después de haberle explicado que nuestra misión era llegar a Yaviza por aventón nos dijo que el viaje en su auto no sería gratis y que el costo era de veinte dólares por cada uno. 

Muy amablemente le dije: "Creo que será mejor que se detenga y nos deje aquí mismo de una vez porque no tenemos dinero"
El siguió conduciendo por un par de minutos luego replicó que había alguien a quien debía visitar y que no podría continuar porque estábamos fuera de su ruta. Detuvo el auto justo antes de una entrada. Le dimos las gracias por el aventón aunque no duró más de 10 minutos y una vez más nos encontrábamos a la espera de nuestro nuevo buen samaritano, sin embargo; por el primer día ese fue nuestro último aventón.

Como la noche ya acechaba decidimos encontrar un lugar donde acampar y pasar la noche. pasamos un área poblada de casas. No eran muchas sin embargo la mayoría tenía cerca y perros por doquier. Después de caminar por alrededor de unos 15 minutos, las casas eran más distante unas de otras. Encontramos una galera vieja y en la parte posterior un lugar bastante plano y un poco apartado de la carretera. Alex, se fue a revisar los alrededores tratando de encontrar algo no tan visible pero no encontró y regresó al cabo de unos 20 minutos. 

A una distancia no muy lejos se divisaba una casa y vi a una mujer, por lo que al regreso de Alex, decidí preguntar si el terreno era de su propiedad. La señora contestó que sí. Le pregunté si había algún problema con dejarnos pasar la noche. Le dije que no precisábamos de nada más aparte de el espacio para colocar la tienda de acampar, ya que teníamos comida y agua. y que no dejaríamos ningún tipo de basura. Ella un poco impactada, me replica: ¿ustedes van a dormir ahí a la intemperie?
- Sí, le respondí. No se preocupe, acampamos todo el tiempo y tenemos bolsas de dormir. Estaremos bien. Nos vamos bien temprano en la mañana. 
- Está bien entonces, pueden usar el espacio que gusten.

De vuelta en el lugar que habíamos escogido, puse la tienda de acampar y preparamos algo de comer. Me sentía cansada, pero la emoción podía más. Era el primer día de una nueva experiencia para mí. Todo lo que había pasado desde el momento en que salí de mi casa hasta ese instante me parecía surrealista. Dentro de la tienda el espacio personal se reducía a la bolsa de dormir únicamente, ya que Alex se tomaba literalmente más de la mitad, por su tamaño. 

El cansancio invadió mi cuerpo y no tardé mucho en caer en los brazos de Morfeo. Esa primera noche recuerdo soñar que habíamos llegado ya a nuestro destino, pero que unas personas nos seguían una vez entrábamos a la jungla. Creo que la ansiedad de no saber en realidad cuándo llegaríamos se apoderaba de mi subconsciente y me hacía soñar o tener pesadillas.

Temprano en la mañana nos levantamos y preparamos algo de avena y café para iniciar el día, antes que calentara el sol. Mientras cepillaba mis dientes; la mujer con la que había hablado la noche anterior se acercó y pidió que antes de retirarnos pasáramos por su casa. -Por supuesto, le respondí. 
Nos apresuramos a guardar todo y fuimos hasta la casa como nos habían solicitado. Al llegar había otra señora de unos 80 años aproximadamente, quien era la madre de la mujer que nos invitaba a pasar y tomar asiento. Les hice pasar porque mi mamá quiere ver quiénes han pasado la noche en el patio, dijo. 

- No hay problema. Muchas gracias por permitir que pasáramos la noche en su patio. Es muy amable de su parte. 
La madre preguntó si era panameña, a lo que respondí que sí y le dije dónde me había criado. -  

En ese momento un hombre de unos cincuenta años o más llegó y nos saludó. Ustedes son los que pasaron la noche en el patio me ha comentado mi madre por teléfono esta mañana. - Así es, y agradecemos mucho que nos hayan permitido pasar la noche aquí, de veras muchas gracias. 
- ¡Su esposo no habla mucho! exclamó. 
- No es mi esposo, somos amigos y estamos viajando juntos solamente. 
- ¿Hacia dónde se dirigen?
- Vamos a dónde termina la carretera, a Yaviza. seguido le comentamos nuestro plan de hacerlo a dedo. 
Mientras le explicaba  la chica salió de la cocina con tres platos de comida y una taza de café para cada uno. Aquí tienen algo de desayuno para que tengan energía para el viaje. 
- No era necesario, no queremos incomodar, nosotros tenemos nuestra comida y una estufa a gas que nos permite preparar nuestros alimentos. 
- No es molestia, para nosotros es un placer servir y compartir lo que tenemos. 

El plato que tenía bollos, una tortilla de maíz azada, jamón y huevo frito era una porción doble para mí, sin embargo; nos dimos a la tarea de terminar todo lo que nos habían puesto en el plato. Al terminar la llenura era tanta que pensaba que me iba a costar ponerme la maleta y caminar.

El señor de apellido Higuerón nos compartió que era ganadero, que vivía a unos minutos de la casa de su madre y que todos los días pasaba a desayunar y almorzar con ella y su hermana. Nos dijo que debíamos ir con cuidado ya que habían escuchado de muchos casos donde se aprovechaban de los viajeros para que pasaran drogas y que no aceptáramos paquetes de nadie.

Después de más de una hora de conversación con la señora y sus hijos, de varios temas relacionados a la vida diaria de cada quién, agradecimos el concejo y el delicioso desayuno; nos despedimos y retomamos nuestro camino. 

Al cabo de una hora de caminar para ir avanzando a ratos, llegamos a la entrada de un pequeño pueblo, donde se divisaba la casa comunal y había una parada de autobús, un señor que iba en su camión se detuvo y nos dijo que podíamos ir en la parte de atrás o al frente si no era una molestia ir apretados. Estar apretados era lo de menos así que colocamos las maletas en la parte del vagón y nos acomodamos al frente, porque el tiempo amenazaba con lluvia. Avanzamos un tanto y el señor se detuvo a hablar con alguien acerca de un ganado que tenía que ir a recoger. 

El señor nos comentó que cada vez que podía ayudaba a quienes encontrara en la calle porque no todas las personas contaban con dinero para pagar el autobús y algunos caminaban horas solo para comprar un tanque de gas por ejemplo. Nuestro samaritano era sin ninguna duda una persona de esas que hacen el bien sin mirar a quien. 

Nos dejo en la parada de autobús y nos dijo que tal vez pudiéramos tener suerte ahí, pero que por el feriado de Semana Santa era muy probable que no hubiese mucho tráfico. De todas formas decidimos probar suerte y agradecimos por el aventón. Bajamos las maletas, y nos quedamos en la parada. Pasadas dos horas donde los pocos autos que pasaron no se detuvieron, decidimos que era hora de preparar el almuerzo. Arroz, sardinas y ensalada era el menú del día. Alrededor de las tres de la tarde unos niños vinieron hasta donde estábamos y preguntaban que hacíamos ahí. Estamos cocinando, le respondí. 
- Esa es tu cocina, pero es muy chiquita. 
- Es porque es para poder llevarla a donde quiera, si fuese grande no podría sacarla de la casa.
Los niños parecían impresionados. Al rato se acerca una niña y dice que su mamá quería hablar con nosotros que por favor pasáramos a su casa un rato. Le expliqué a Alex, la solicitud de la mamá de la niña y me dijo que fuera yo mientras el terminaba de preparar la comida.

Crucé la calle y fui en dirección a la casa que me indicaba la niña.

- ¡Hola!, ¡Buenas tardes!
- ¡Hola! Adelante, pase por favor.
- Qué tal, me dice la niña que usted mandó a buscar por nosotros. Mi amigo está cocinando, así que no puede venir aún.
- Sí es que vemos que tienen rato de estar en la parada y como que están tratando de detener los autos pero nadie se detiene.
- Así es, queremos ir a donde termina la interamericana, pero como que hoy está difícil que alguien nos de aventón.
- Bueno si quieren pasar la noche aquí, tenemos bastante patio. Por si no logren que alguien los lleve. Es tarde ya y a esta hora no pasa mucha gente por aquí. 
- Muchas gracias. Voy a decirle a mi amigo y si no conseguimos quien nos lleve regresamos al rato. 
- Bueno acá los esperamos. Vaya con bien.

Regresé a la parada que se había convertido en nuestra cocina. Los chicos regresaron a su casa. Le dije a Alex que nos habían ofrecido donde poner la carpa si no lográbamos un aventón. A lo que respondió que le parecía una buena idea. Almorzamos y empacamos todo y como no pasó un solo auto en la más de media hora decidimos tomar la invitación y con las mochilas en la espalda cruzamos la calle hacia la casa de la amable señora.

Cuando llegamos a la entrada, saludé nuevamente y la misma señora salió a nuestro encuentro invitándonos a pasar. Nos hizo bajar las maletas y nos ofreció donde sentarnos. Junto a otra chica estaba la señora rayando coco y me pareció cordial ofrecer ayuda, lo cuál hice por lapso de una media hora. 

Alex se asombró de la cantidad de pericos que habían en un pequeño arbusto del jardín y se dedicó a fotografiarlos; eran alrededor de doce o trece. 

El padre de familia llegó cargado de hojas de bijao las cuales procedió a lavar y empacar para llevarlas el siguiente día a vender. Saludo a todos en casa y nos preguntó cual era la razón de nuestro viaje, nuestra nacionalidad y si éramos pareja. Contestadas las preguntas, seguimos con la conversación de nuestro viaje y también de la forma en como viven las personas del área. Decía que la mayoría cultivaban lo que comían y algunos productos eran llevados al pueblo más cercano para la venta. Nos ayudamos entre todos decían. El señor tenía en total 10 hijos de los cuáles cinco se encontraban con menos de 12 años de edad. Los chicos más pequeños jugaban con los hijos de su hermanos mayores. Entre ellos estaba María, una pequeña con una mente brillante y unas ganas de aprender que me cautivó. 

Cuando escuchó que Alex y yo hablábamos un idioma diferente al que estaba acostumbrada, preguntó qué idioma era. Le respondimos que ruso e inglés. 
- Yo estoy aprendiendo inglés, tengo un maestro que nos enseña en la escuela. El maestro de inglés es mi favorito. 
- Me alegro que te guste. Aprender otro idioma siempre es bueno y tendrás más oportunidades cuando seas grande.
- Sí, mi maestra dice que hay que estudiar mucho, yo quiero aprender para ser maestra cuando sea grande.
- Qué bueno. Y ¿porqué quieres ser maestra?
- Porque quiero que todos los niños aprendan de todo. A mí me gustan las matemáticas también y no es tan difícil aprender.
- Si quieres ser maestra no dejes que nadie te detenga de ser lo que quieras. Puedes convertirte en maestra, médico, científico o astronauta si así lo quieres.
- Yo sé algunas cosas en inglés pero no sé nada en ruso, puedes decirme como es mi nombre en ruso. 
- Formalmente es María pero también se puede decir Masha. 
Ella con un entusiasmo fue en busca de un cuaderno y anotó su nombre en ruso. 
- Yo me sé el abecedario en inglés, ¿Cómo es en ruso?
- Bueno es diferente al alfabeto inglés o español aunque algunas letras son parecidas el sonido no es el mismo.
Me tomé el tiempo de escribir el alfabeto y al lado el sonido de cada letra. y pasamos alrededor de una hora entre idiomas. Ella era como una esponja y nuestra estancia allí le parecía corta. Quería tener todo por escrito.

Los chicos por otro lado no parecían tan entusiasmados como ella y querían jugar un partido de fútbol. chicas contra chicos. Acepté y creo es el mejor partido que he jugado en mi vida adulta. 

Como ya estaba de noche decidimos poner la tienda de acampar y la hamaca que teníamos. La luz de la luna era suficientemente clara como para no necesitar de la linterna. María llego en busca de nosotros para brindarnos de cenar. El coco que habíamos rayado por la tarde ahora estaba en unos deliciosos bollos de coco, que me parecieron deliciosos. Con ese toque tan casero y preparados en fogón a leña. Algo nuevo al paladar de Alex, quién también pareció deleitarse tanto como yo. 

Los chicos nos rodearon y preguntaban si podíamos contarles algún cuento. Yo me remonté a mis días de niña en casa de mi abuelo y les conté uno que otro cuento, hasta que sus padres les llamaron a dormir.

Agradecimos por la cena y hablamos un tanto entre adultos hasta que mis ojos de cansancio querían cerrarse. Me di un baño y me sentí renovada, era hora de descansar.

Con Alex en la hamaca y yo en la tienda hablamos del gran corazón de dichas personas al recibir a dos extraños. Hay mucha gente buena, y a veces quienes no poseen tantas cosas materiales son quienes más comparten. Tiene que haber alguna forma de agradecer tanta generosidad le dije, algo se me ocurrirá.

Al siguiente día nos levantamos temprano y noté que tenían varios árboles de mango y que muchos se estaban perdiendo. Al parecer los chicos se daban a la tarea de escoger los más grandes, si alguno no les gustaba lo tiraban. Así que se me ocurrió darles mi receta de jalea de mango como una forma de agradecer por la hospitalidad. Cuando les dije que había una forma de aprovechar los mangos, parecieron un poco reacios. Nunca habían escuchado que el mango se pudiese cocinar decía. Será una jalea deliciosa y puede acompañarla con pan o galletas, hasta puede venderla a sus vecinos. 
Intrigada con la receta le di la lista de ingredientes y escribí la receta en el cuaderno de María quien decía se aseguraría de dar las instrucciones a su mamá cada vez que se le antojara.

Pasadas un par de horas la jalea estaba lista, solo faltaba esperar a que se enfriara un poco y durante ese lapso de tiempo el almuerzo ya estaba listo. El padre de María insistió en que almorzáramos antes de partir.

Definitivamente estas personas fueron un amor con nosotros y hasta el día de hoy estoy muy agradecida con todo lo que hicieron. 

De vuelta en la parada no tuvimos que esperar mucho cuando alguien detuvo su auto y nos acercó hasta un lugar de inspección. Personal de migración tomó nota de la información de mi acompañante por ser extranjero. La chica que nos atendió fue muy cortés y nos deseo buen viaje. La policía fronteriza parecía prestar más atención a quienes regresaban de Darién, por lo que verificaban minuciosamente el equipaje de todos los que por allí cruzaban.

Mientras esperábamos por nuestro siguiente aventón llegó un autobús cargado de pasajeros. El ayudante nos preguntó a dónde nos dirigíamos y le contestamos que al final de la carretera. Nos dijo que no llegaban precisamente hasta allí pero que podríamos avanzar mucho. Le explicamos que nuestra aventura se trataba de llegar sin pagar, así que dijo que hablaría con el conductor y nos haría saber. Cinco minutos después nos apresuraba a subir nuestras maletas y encontrar un asiento. 

Avanzamos bastante y llegamos a un pequeño pueblo, el autobús nos dejo en la pequeña terminal. El chico nos compartió su teléfono y dijo que le avisáramos cuando nuestra aventura terminara. 

De camino a la vía principal, pasamos por un pequeño restaurante, pedimos si era posible llenar nuestro envase de agua; sin embargo la encargada del lugar nos dio un galón de agua fría para que nos refrescáramos en el camino. El sol no perdona a nadie y pronto estábamos sudando. 
Pasamos el centro comercial que se encontraba a orillas de la interamericana cuando un patrulla de caminos, que nos había visto en otro lugar el día anterior se detuvo y nos llevó por espacio de una media hora. En el camino podíamos ver como el paisaje iba cambiando cada vez, los árboles eran mucho más grandes y las distancias entre una casa y otra mucho más largas. 

Por radio llamaron que tenían que regresar y hasta ahí fue nuestro viaje. Unos minutos después una familia que iba a la procesión de viernes santo;  nos llevó el resto del camino hasta donde literalmente termina  la carretera. A la derecha hay un pequeño muelle. Los que allí trabajaban al ver las mochilas,  enseguida nos catalogaron de turistas y ofrecían llevarnos hasta la reserva indígena por un módico precio, que a mi parecer estaba muy por encima del valor real.
La imagen en vivo y a todo color ya me era familiar, pues había visto varias fotos del mismo muelle en las reseñas de otros viajeros. 

 
Era viernes Santo y la gente se juntaba para una procesión en el pueblo. Devotos católicos cargaban una cruz y una imagen de Jesús. El sacerdote lideraba el recorrido de los caminantes. Algunos con la marca de la cruz de ceniza en la frente, otros con sus túnicas púrpuras todos seguían el mismo ritmo, en dirección a la capilla. El pueblo no es más que unas cuantas calles donde apenas se puede maniobrar un vehículo, comercios y casas que se han adecuado para llamarles restaurantes, un pequeño parque y la capilla. 


Pasando el parque a la izquierda se encuentran las ruinas de la época colonial, conocida como La Casa-Fuerte de San Gerónimo, construida en 1760 a orillas del río Chucunaque el cuál es también uno de los ríos más caudalosos de Panamá.


El río Chucunaque se cruza diariamente a pie, a través de un puente colgante ó haciendo uso de las pequeñas embarcaciones; siendo la piragua una de las más comunes. Me impresionó lo ágil que son quienes manejan estas embarcaciones tan pequeñas y abarrotadas de plátanos y mercancías. A simple vista daba la impresión que estaba a punto de hundirse.

Luego de pasar varias horas caminando y observando los alrededores y su gente, era hora de regresar. Nuevamente la tarea de buscar un medio de transporte hasta la ciudad era el reto del día.


Caminamos por la vía principal, primero una camioneta 4x4 nos dio un aventón de unos quince minutos, seguimos el resto del trayecto a pie por una media hora hasta que pasó una pareja en un camión. 

La mujer decía que nos había visto en el pueblo caminando y sacando fotos. El hombre, un poco más inquisitivo, preguntó si éramos legales y teníamos nuestros documentos en regla. Al informarle que era panameña, quiso saber de qué lugar exactamente. Para mi sorpresa el hombre era oriundo del mismo lugar dónde había pasado parte de mi infancia. Al poder hablarle de lugares y personas conocidas por ambos se sintió en confianza y ofreció llevarnos hasta un pueblo en dónde sería más fácil conseguir transporte. 

El hombre resultó ser muy hablador y compartió algunas experiencias de su diario vivir. Pasamos por su casa, una pequeña y colorida cabaña en la vía a Darién. Dijo con mucho orgullo que cada clavo de su hogar había sido puesto por él. 

Al llegar a un supermercado que había en medio de la nada, el hombre dijo que hasta allí podía llevarnos, agradecimos por todo y nos bajamos. Al cabo de un rato llegó un autobús pequeño. El mismo conductor del camión al ver que aún estábamos en la parada fue y habló con el dueño del autobús y le pidió que nos llevara hasta su destino a mi amigo y a mí. El conductor del autobús no parecía muy contento, sin embargo el camionero le dijo algo que lo hizo cambiar de parecer y nos invitó a subir. El trayecto fue de casi una hora. Cansados del sol y de todo lo que el viaje en sí había requerido; todo lo que anhelaba era llegar a casa.

Con el clima loco de Panamá, de repente el sol se ocultó entre espesas nubes grises que amenazaban con una lluvia por la tarde. caminamos en busca de algún refugio donde pasar la noche en caso no encontráramos como regresar esa misma noche. Para nuestra suerte, un autobús paraba justo a mi lado. Le dije al chico que no teníamos dinero para pagar por ambos y éste nos dijo que no había problema y que subiéramos. El viaje fue hasta la terminal de transporte de Albrook. 


Desde la terminal de transporte, tomamos el último autobús hasta La Chorrera. Dónde sí pagué el pasaje. Llegamos a casa a eso de la media noche. 

Mi viaje a Yaviza fue todo un éxito. Había logrado hacer la mayoría del viaje sin gastar en pasaje. Aprendí que a veces puedes lograr mucho con poco. Que aún existen buenas personas. Que el conocimiento compartido es mucho mejor. Que la bondad de quienes te brindan sin esperar algo a cambio es uno de los mejores regalos. Aprendí a valorar lo que tengo. 

El viaje me preparó un poco para lo que vendría después. La gran aventura de un año que aún no termina. Un año, que a todos nos cambió la vida, pero esa es otra historia.

Por ahora he de decir que hay experiencias que puede tomarte mucho tiempo escribir, pero que los recuerdos y las experiencias son tan frescas, que da la sensación de que fue ayer. 

Así que amigos, a seguir soñando. A seguir buscando metas que cumplir; que mientras haya vida, hay esperanza.



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